Por Lorenzo Cañizares y Rolando Castañeda*
Después de la severa censura internacional recibida por el gobierno cubano por la inmolación de Orlando Zapata Tamayo, la casi inmolación de Guillermo Fariñas creó gran tensión en La Habana y el gobierno cubano se vio obligado a ceder a las demandas de Fariñas de liberar a la mayoría de los presos políticos del grupo de los 75, muchos de ellos enfermos. Por consiguiente, Fariñas terminó su huelga de hambre.
Una de las lecciones que el gobierno cubano debe aprender, el tiempo dirá si lo ha hecho o no, es que la excusa del embargo ya no es tan aceptada ni creíble como lo era antes. Hoy día EEUU es el quinto socio comercial de Cuba, el principal proveedor de remesas y el segundo de visitantes a la isla. Muchos que consistentemente han estado opuestos o denunciado al embargo rechazan al embargo como un pretexto para reprimir al pueblo cubano. Por ejemplo, Kerrie Howard, Subdirector de la Sección de las Américas de Amnistía Internacional, lo expresa claramente “No hay duda que el embargo ha tenido un efecto negativo sobre Cuba, pero francamente el embargo es una pobre excusa para continuar violando los derechos humanos del pueblo cubano”.
Otra lección es que el gobierno cubano deberá tomar iniciativas para hacer lo correcto como liberar a los prisioneros de conciencia y permitir las manifestaciones de sus familiares por conseguir mejores condiciones para ellos y no hacerlo por reacción a presiones externas.
Según señaló Elizardo Sánchez, Director de la Comisión Cubana de Derechos Humanos (CCDH), una organización no-gubernamental en la isla, había 201 prisioneros políticos en Cuba al comienzo del 2010. Hoy día hay menos. La presión internacional ha desempeñado un papel muy importante en ello. Pero según advierte Sánchez esto refleja también un cambio en cómo se aplica la represión. La CCDH ha informado los casos de 800 personas que han sido arrestadas este año y después de alterarles sus vidas son enviadas a sus casas sin ningún cargo. Una compilación de estos abusos se puede ver en el portal electrónico de PayoLibre.org.
Aparentemente las lecciones de la crisis económica otra vez más se han puesto sobre la mesa para tal vez aprender finalmente de ellas. Se han realizado cambios modestos en la agricultura y en las actividades independientes permitidas como peluquerías. Aunque diferente al tema de los presos s políticos, porque nadie se inmola para liberalizar la economía, los académicos cubanos han continuado insistiendo en la imperiosa necesidad de tomar medidas para superar la crisis, particularmente cuando Venezuela ha entrado en un proceso de estanflación.
También Heinz Dieterich, el connotado ideólogo del Socialismo del Siglo XXI, considera que la grave crisis económica cubana, es causada, por un lado, por factores externos y, por otro, por serios errores internos de política económica e institucional, entre otros, en la agricultura y la política de precios. Asimismo recomienda que el gobierno debe presentar las reformas estructurales en las relaciones de producción -- el problema económico fundamental del país -- y en la superestructura política (participación), que son necesarias para superar la crisis.
Además, la iglesia católica está abogando y haciendo todo lo posible por crear un ambiente propicio hacia la distensión económica. Para progresar en este camino la iglesia debe hacer hincapié en que las autoridades aseguren y protejan la libertad de expresión y que las decisiones de los juzgados no se basen en lo que el gobierno decida de antemano. Sin un clima propicio y un sistema legal imparcial y confiable el despegue económico será bien limitado.
La iglesia católica está desempeñando un papel que consideramos positivo como mediador con el gobierno cubano. Pero también la iglesia aprovechando esta condición debe precisar el alcance y la urgencia de sus propuestas. Por su condición pastoral y por su longevidad institucional, la iglesia suele mirar los procesos históricos con paciencia y a mediano y largo plazo. Sin embargo, los ciudadanos cubanos están urgidos de cambios. La mejora del bienestar social y mayores libertades no debe ser un sueño que sólo las generaciones futuras disfruten. Realmente hay que estar sordos para no oír los estruendos de lo que se avecina.
Para ayudar a que estos cambios se materialicen es importante que apoyemos a aquellos que dentro de Cuba promueven los mismos, que consideramos tienen el apoyo de la mayoría de la población, así como que nosotros en la diáspora estemos dispuestos a trabajar conjuntamente con ellos para mejorar la calidad y el nivel de vida del pueblo cubano.
Recientemente el Comité de Agricultura de la Cámara de Representantes de EEUU votó para anular la prohibición de que los ciudadanos estadounidenses puedan visitar a Cuba y para liberalizar las restricciones a la venta de productos agrícolas estadounidenses a la isla. La solicitud firmada por 74 prominentes disidentes dentro de Cuba, entre ellos Guillermo Fariñas, apoyando este proyecto de ley fue recibida favorablemente por el congreso estadounidense.
También, en la diáspora está circulando una petición de apoyo a los 74 que ha sido firmada por docenas de cubanos, a pesar de los ataques de la extrema derecha e izquierda. Realmente nos es difícil entender a quienes dicen ser amantes del pueblo cubano, pero al mismo hacen todo lo posible porque siga sufriendo severas privaciones económicas.
El futuro de Cuba se está perfilando en los próximos meses. Dentro de la isla el proceso de las reformas deberá acelerarse. La iglesia católica tiene un papel muy importante en ayudar a impulsar este proceso, que ha sido claramente expresado antes por el presidente Raúl Castro. Desde estos lares debemos hacer todo lo posible no sólo por minimizar los obstáculos para que las reformas se lleven a cabo en un ambiente pacífico sino también para asistir a que se concreten y aceleren a la brevedad posible.
El pueblo cubano triunfará si se siguen poniendo las cartas sobre la mesa y todos aprendemos las lecciones del pasado.
*Lorenzo Cañizares es sindicalista cubano-americano. Especialista de Organización para la Pennsylvania State Education Association. Reside en Harrisburg, PA.
Rolando Castañeda es economista cubano-americano. Funcionario retirado del Banco Interamericano del Desarrollo. Reside en Washington, D.C.
Saturday, July 24, 2010
Friday, July 9, 2010
El Delirio de las Palabras
Por Eduardo Mesa
La Iglesia hizo pública la secuencia de hechos que condujeron a la mediación, pero los que dijeron que el general había levantado el teléfono para poner al cardenal a sus ordenes no dirán que se equivocaron, no reconocer los errores es una característica muy humana, muy nuestra.
La Iglesia ha hecho pública esta cronología pero eso no cambiará las percepciones establecidas; tampoco influirá el hecho de que el canciller de una potencia extranjera anuncie que viene a apoyarla en sus gestiones, esto de ningún modo nos llevará a pensar la posibilidad de que la Iglesia cubana ha ganado un reconocimiento institucional sin precedentes y que el gobierno cubano se ha visto obligado a aceptar la mediación.
El arzobispo de Santiago de Cuba ha dicho que él no está en la conciencia del gobierno, pero que en su conciencia está hacer el bien. La Iglesia tiene como estrategia permanente hacer el bien, a corto plazo busca el alivio y la liberación de los presos, a largo plazo persigue un diálogo nacional que contribuya a correr los cerrojos del totalitarismo y conduzca a una apertura gradual y democrática.
La Iglesia está mostrando una agenda razonable con objetivos claros, ella no se plantea derrocar a los Castro porque ese no es su deber, pero quiere lo mejor para Cuba y los Castro distan mucho de serlo. Nosotros también podemos priorizar lo realizable a corto plazo, fijar objetivos más ambiciosos a un plazo más largo y aprender a trabajar de forma consensuada esos objetivos comunes.
Nosotros, además, debíamos preguntarnos por qué Gloria y Emilio Stefan llenan la calle 8 en un acto cívico y los líderes cívicos solo consiguen reunir a unos pocos; debíamos preguntarnos si de hacer tantas declaraciones políticas hemos terminado por hacer una política que sobrevive a base de declaraciones.
Es verdad que la Iglesia a veces calla y que el gobierno de los Castro mata con frecuencia, es verdad que estamos en nuestro derecho de decirle a la Iglesia lo que esperamos de ella y al gobierno cubano que deje de hacer lo que hace; pero la política se realiza con el peso de algún poder y yo me pregunto qué poder tenemos.
La Iglesia tiene su agenda de hacer el bien y ha conseguido ampliar considerablemente sus espacios en los últimos años, Fariñas tiene una agenda heroica, difícil de imitar, que ha conseguido un reconocimiento sin precedentes. El está dispuesto a morir y ese es un valor que todavía respetamos. Ambas agendas, la de la Iglesia y la de Fariñas, presionan a los Castro e inciden, a pesar de sus limitaciones, en la política cubana. Ambas agendas han conseguido una extraordinaria atención internacional.
Fariñas está en estado crítico y ya se ha desatado el aluvión de declaraciones que responsabilizan al gobierno cubano por el crimen en ciernes. También comienzan las cartas de exigencia a la Iglesia y al Papa, para que asuman nuestros reclamos ante un gobierno sin escrúpulos.
Los que plantean esas exigencias deben recordar que ese gobierno es el mismo que maneja la agonía de sus víctimas con temeridad y se arriesga a manchar de sangre a sus propios cachorros, mientras se enfrenta a la disyuntiva de ceder antes o ceder después el poder que le queda, un poder que perderá tarde o temprano a cuenta de la ignominia y el tiempo.
Fariñas acaba de anunciar que depone la huelga y yo me alegro, el gobierno acordó la liberación de 52 presos políticos y le será difícil echarse a atrás. Los acontecimientos me invitan a creer que este es un buen momento para preguntarnos a quién presionan nuestras agendas ¿En qué lugar y momento las dejamos? Un buen momento para preguntarnos si padecemos el delirio de las palabras.
(Tomado de la Casa Cuba:www.lacasacuba.com)
La Iglesia hizo pública la secuencia de hechos que condujeron a la mediación, pero los que dijeron que el general había levantado el teléfono para poner al cardenal a sus ordenes no dirán que se equivocaron, no reconocer los errores es una característica muy humana, muy nuestra.
La Iglesia ha hecho pública esta cronología pero eso no cambiará las percepciones establecidas; tampoco influirá el hecho de que el canciller de una potencia extranjera anuncie que viene a apoyarla en sus gestiones, esto de ningún modo nos llevará a pensar la posibilidad de que la Iglesia cubana ha ganado un reconocimiento institucional sin precedentes y que el gobierno cubano se ha visto obligado a aceptar la mediación.
El arzobispo de Santiago de Cuba ha dicho que él no está en la conciencia del gobierno, pero que en su conciencia está hacer el bien. La Iglesia tiene como estrategia permanente hacer el bien, a corto plazo busca el alivio y la liberación de los presos, a largo plazo persigue un diálogo nacional que contribuya a correr los cerrojos del totalitarismo y conduzca a una apertura gradual y democrática.
La Iglesia está mostrando una agenda razonable con objetivos claros, ella no se plantea derrocar a los Castro porque ese no es su deber, pero quiere lo mejor para Cuba y los Castro distan mucho de serlo. Nosotros también podemos priorizar lo realizable a corto plazo, fijar objetivos más ambiciosos a un plazo más largo y aprender a trabajar de forma consensuada esos objetivos comunes.
Nosotros, además, debíamos preguntarnos por qué Gloria y Emilio Stefan llenan la calle 8 en un acto cívico y los líderes cívicos solo consiguen reunir a unos pocos; debíamos preguntarnos si de hacer tantas declaraciones políticas hemos terminado por hacer una política que sobrevive a base de declaraciones.
Es verdad que la Iglesia a veces calla y que el gobierno de los Castro mata con frecuencia, es verdad que estamos en nuestro derecho de decirle a la Iglesia lo que esperamos de ella y al gobierno cubano que deje de hacer lo que hace; pero la política se realiza con el peso de algún poder y yo me pregunto qué poder tenemos.
La Iglesia tiene su agenda de hacer el bien y ha conseguido ampliar considerablemente sus espacios en los últimos años, Fariñas tiene una agenda heroica, difícil de imitar, que ha conseguido un reconocimiento sin precedentes. El está dispuesto a morir y ese es un valor que todavía respetamos. Ambas agendas, la de la Iglesia y la de Fariñas, presionan a los Castro e inciden, a pesar de sus limitaciones, en la política cubana. Ambas agendas han conseguido una extraordinaria atención internacional.
Fariñas está en estado crítico y ya se ha desatado el aluvión de declaraciones que responsabilizan al gobierno cubano por el crimen en ciernes. También comienzan las cartas de exigencia a la Iglesia y al Papa, para que asuman nuestros reclamos ante un gobierno sin escrúpulos.
Los que plantean esas exigencias deben recordar que ese gobierno es el mismo que maneja la agonía de sus víctimas con temeridad y se arriesga a manchar de sangre a sus propios cachorros, mientras se enfrenta a la disyuntiva de ceder antes o ceder después el poder que le queda, un poder que perderá tarde o temprano a cuenta de la ignominia y el tiempo.
Fariñas acaba de anunciar que depone la huelga y yo me alegro, el gobierno acordó la liberación de 52 presos políticos y le será difícil echarse a atrás. Los acontecimientos me invitan a creer que este es un buen momento para preguntarnos a quién presionan nuestras agendas ¿En qué lugar y momento las dejamos? Un buen momento para preguntarnos si padecemos el delirio de las palabras.
(Tomado de la Casa Cuba:www.lacasacuba.com)
Friday, July 2, 2010
María Cristina Herrera
Haroldo Dilla
En una esquina de Coral Gables, en la confluencia de dos calles que no sé cuales son, María Cristina Herrera fundó un templo para la tolerancia. Allí tuve la oportunidad de quedarme varias veces y visitarla otras. Cada vez fue una oportunidad para conocer gente de muchos tipos que constituyen ese mundo variado de lo que llamamos el exilio cubano en Miami. Y también para conocer mejor a María Cristina, sin lugar a dudas una de las personas más activas y atractivas de ese exilio.
Esta mañana, cuando recibí la noticia de la muerte de Maria Cristina quise recordarla por su obra. Pensé en su activa participación en aquel lejano diálogo con el gobierno cubano en los 70s, que abrió una primera grieta a la separación antinatural de las familias cubanas en el marco de los extremismos de todas partes y que le ganó un bombazo en la cochera de su casa y muchas amenazas. También pensé en su calor especial al Instituto de Estudios Cubanos, un espacio pluralista de debate y contactos académicos de los “cubanólogos” de todas las orillas. Luego recordé su obra escrita y en particular esos testimonios inspiradores llamados algo así como el vuelo de una mariposa. Una colección de escritos que nos recuerdan que una persona y una convicción son siempre el inicio de hermosas historias.
Pero prefiero recordarla por su templo, donde acostumbraba a reunir decenas de personas en unas conversaciones desordenadas en que reía y lloraba. Eran reuniones sin odios ni exclusiones, propio de una anfitriona que confesaba tener como cubanos preferidos a Maceo y a Lecuona. De una persona que declaraba como elemento esencial de su existencia ser “una mujer de la iglesia”, pero que acogía a toda esa gama de colores y matices que hoy llamamos la alteridad. De una persona que no sabía cocinar resentimientos a pesar de que había sido condenada al ostracismo por el odio irracional de una élite que hizo de la separación y el ostracismo un vulgar instrumento de la política. Desde su templo, María Cristina era exactamente lo que un día dijo que eran los boricuas: como la ranita coquí, aparentemente débiles, pero muy fuertes; no se les ve, pero siempre se les oye.
La última vez que la vi fue durante mi última visita a Miami hace apenas dos meses. Estaba recluida en su templo con tremendas dificultades respiratorias, pero siguiendo minuto a minuto no recuerdo que acontecimiento político mundial. Junto a otros dos amigos —Siro del Castillo y Juan Antonio Blanco— conversamos de muchos temas, y entre ellos sus ideas para continuar relanzando el Instituto de Estudios Cubanos.
Nos fuimos de su casa convencidos de dos cosas. Una que su estado de salud era terrible y había que esperar un desenlace en un plazo no muy lejano, que ya llegó. La segunda, que iba a esperar su plazo sin descansar.
Y ojalá que así sea siempre, que no descanse. No tiene derecho, ella, que nos obligó a muchos a pensar en reconciliaciones y re-encuentros, como si fueran cosas fáciles. Y se va justo cuando más falta hace. A lo sumo se le otorgaría un permiso para que vuele a Santiago de Cuba, donde nació hace 76 años y al que nunca pudo regresar sino de puntillas. Y desde allí nos siga brindando humildemente la grandeza de su templo.
Esta mañana, cuando recibí la noticia de la muerte de Maria Cristina quise recordarla por su obra. Pensé en su activa participación en aquel lejano diálogo con el gobierno cubano en los 70s, que abrió una primera grieta a la separación antinatural de las familias cubanas en el marco de los extremismos de todas partes y que le ganó un bombazo en la cochera de su casa y muchas amenazas. También pensé en su calor especial al Instituto de Estudios Cubanos, un espacio pluralista de debate y contactos académicos de los “cubanólogos” de todas las orillas. Luego recordé su obra escrita y en particular esos testimonios inspiradores llamados algo así como el vuelo de una mariposa. Una colección de escritos que nos recuerdan que una persona y una convicción son siempre el inicio de hermosas historias.
Pero prefiero recordarla por su templo, donde acostumbraba a reunir decenas de personas en unas conversaciones desordenadas en que reía y lloraba. Eran reuniones sin odios ni exclusiones, propio de una anfitriona que confesaba tener como cubanos preferidos a Maceo y a Lecuona. De una persona que declaraba como elemento esencial de su existencia ser “una mujer de la iglesia”, pero que acogía a toda esa gama de colores y matices que hoy llamamos la alteridad. De una persona que no sabía cocinar resentimientos a pesar de que había sido condenada al ostracismo por el odio irracional de una élite que hizo de la separación y el ostracismo un vulgar instrumento de la política. Desde su templo, María Cristina era exactamente lo que un día dijo que eran los boricuas: como la ranita coquí, aparentemente débiles, pero muy fuertes; no se les ve, pero siempre se les oye.
La última vez que la vi fue durante mi última visita a Miami hace apenas dos meses. Estaba recluida en su templo con tremendas dificultades respiratorias, pero siguiendo minuto a minuto no recuerdo que acontecimiento político mundial. Junto a otros dos amigos —Siro del Castillo y Juan Antonio Blanco— conversamos de muchos temas, y entre ellos sus ideas para continuar relanzando el Instituto de Estudios Cubanos.
Nos fuimos de su casa convencidos de dos cosas. Una que su estado de salud era terrible y había que esperar un desenlace en un plazo no muy lejano, que ya llegó. La segunda, que iba a esperar su plazo sin descansar.
Y ojalá que así sea siempre, que no descanse. No tiene derecho, ella, que nos obligó a muchos a pensar en reconciliaciones y re-encuentros, como si fueran cosas fáciles. Y se va justo cuando más falta hace. A lo sumo se le otorgaría un permiso para que vuele a Santiago de Cuba, donde nació hace 76 años y al que nunca pudo regresar sino de puntillas. Y desde allí nos siga brindando humildemente la grandeza de su templo.
(Tomado de Cubaencuentro)
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