Ariel Hidalgo
Hermanos y hermanas de todos los colores del pensamiento, no importa en qué frecuencia de latidos palpite tu corazón, ni a qué dios o a qué santo van a parar las flores de tu jardín, ni si piensas en la patria en la distancia o con su suelo acariciando tus pies, ni tampoco si aun habitando el hogar común, padeces el exilio interno de la excomulgación oficial, o te mueves en los espacios parametrados creados por el Poder, pero con la espada de Damocles pendiendo sobre tu cuello, sabiendo –como Niemoller- que si una vez vinieron por ese, por aquel o por el otro, un día también pueden venir por ti. Esto es, para todos ha llegado el momento de ir pensando en realizar, de una vez por todas, el grandioso encuentro del pueblo cubano.
No creas que es un llamado salido sólo de los recintos de tu parcela. Es un clamor que nace de una maduración paciente y laboriosa en la conciencia nacional. El sueño de este hermoso convite ha venido anidando desde hace mucho con diferentes nombres –Congreso de la Nación, Foro Cubano…-, entre hermanos separados por las barreras de las distancias y aquellas otras invisibles de pasiones, miedos e ignorancias. Es preciso desbrozar caminos de desconfianzas, dudas y resquemores y echar a andar. Como los castillos en el aire que, según Thoreau, no se construían en balde sino que permanecían en algún lugar, esperando que un día le pusiéramos cimientos en tierra firme, así mismo esta idea es como un tren que ya está ahí y que sólo necesita se le ponga rieles para que finalmente ruede y llegue a su destino.
Si la alta dirigencia ha demostrado temer a un congreso del propio partido en que se apoya para sostenerse -¿por qué será?- y lo aplaza una y otra vez, y puesto que “partido” significa parte y por tanto no refleja los intereses y anhelos de toda la nación, es preciso, en su lugar, convocar al congreso de todo el pueblo cubano. Ese congreso es posible. Los sin poder tienen un poder que el Poder vencer no puede. Y el encuentro no tiene que ser ni aquí, ni allá, ni en lugar alguno del mundo físico, sino en los nuevos espacios abiertos por una Era que ya se nos ha venido encima, quiéranlo o no los grandes poderes terrenales, y nos puede llevar a sitios sin requerimientos de visas para entrar, ni permisos especiales para salir, lugares que ningún poder pueda bloquear o coartar con la razón de la fuerza y en nombre de supuestas verdades absolutas que en realidad nadie tiene, donde no se excluya a nadie –ni siquiera al partido único legalizado- y donde todos y cada uno, con respeto y cordialidad, puedan expresar sus particulares visiones de una patria futura. Nadie, de ningún bando que fuese, puede ser descalificado simplemente por ser fiel, con todo su derecho, a la idea en la cual cree. Todos tenemos derecho a ver y expresar la realidad con los colores de nuestros propios ojos y a enriquecer con nuestras visiones, la panorámica general del paisaje futuro de la patria. Como dijera uno de los convocantes, la diversidad del pueblo cubano es “la gran energía acumulada de la nación”. Y como dijera otro desde otro predio muy diferente, “ya comienzan a expresarse con coraje y buena voluntad los artistas, los periodistas, los intelectuales, maestros, médicos, enfermeras y profesionales, muchos trabajadores y estudiantes, madres, padres y abuelos, religiosos, laicos, sacerdotes y pastores, funcionarios, hombre y mujeres…” Nadie es infalible, todos podemos errar aun con los instrumentos de la razón. Pero hay una brújula que nos guía y no se equivoca jamás: el amor, el amor hacia nuestros padres, hacia nuestros hijos y conyuges, hacia nuestros hermanos y hermanas, hacia los que sufren y sueñan, hacia los que han sido víctimas de las incomprensiones y el desamor. No porque se esté acá, allá o acullá, se tiene más derechos que los demás. Nunca creas que las buenas ovejas están sólo en tu redil.
Todas las fuerzas morales de la nación han de converger para juntos, hombro con hombro y codo con codo, dar a luz un proyecto común y decir: “Esto es lo que queremos. Hacia este futuro queremos ir”. Y no habrá fuerza bruta ni poderes terrenales, por muy portentosos que sean, que puedan detenernos en nuestras ansias de poner cimiento finalmente a una nueva patria donde nuestros hijos y nietos puedan crecer con dignidad sin tener que fingir ni tragar sus verdades por miedo al cautiverio o al ostracismo, ni tener que desandar por tierras extrañas en incesante búsqueda de la paz y la libertad que debieron abrigarnos en el hogar materno desde que abrimos los ojos por primera vez. Debes limpiar tu corazón. Los brazos deben tenderse prestos al abrazo. Esta es la hora.
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