Saturday, October 3, 2009

El Concierto de la Concordia



Ariel Hidalgo
“Es hora de cambiar la mente de todos: el odio por amor”, cantaron en dúo Juanes y Miguel Bosé delante de más de un millón de cubanos -más que cualquiera de las concentraciones políticas multitudinarias de los últimos cincuenta años en esa misma plaza-, que aplaudían, alzaban sus brazos, gritaban, bailaban, reían y lloraban, todo un pueblo que esta vez no acudió por amenazas, ni con doble moral, ni forzados en ómnibus desde centros de trabajo, sino movidos de ardiente entusiasmo. Se habló de perdón, de libertad, se proclamó que la familia cubana era una sola, y se pidió a la juventud que no tuviese miedo. Frases como éstas estremecieron a muchos cubanos que escuchaban tanto en la plaza como frente a sus televisores, tanto en Cuba como en la diáspora. Por el celular recibí este texto desde Ecuador: “Estuve todo el tiempo llorando como una boba”. Era mi hija. Y una amiga que el día antes había rechazado el proyecto Paz sin Fronteras, expresaría tras el evento, aún bajo los efectos de la impresión: “Confieso que me equivoqué”.

La discordia quedó sólo para pequeños grupos de ambas orillas del Estrecho: aquellos que insultaron a los organizadores y rompieron discos con martillos y aplanadoras, y esos otros que, contando con la fuerza, intentaron imponer barreras y amenazaron con la cárcel a numerosos disidentes. “Medidas preventivas”, decían, cuando la más eficaz de las prevenciones era no haber frustrado los anhelos y esperanzas del pueblo. Una vez más se demuestra que la solución cubana no viene por los abruptos senderos de la política. Si sólo sabes de política, ni de política sabes. Los gobiernos pueden cambiar las instituciones, pero el amor y el odio no pueden ordenarse por decreto. Y todo lo que se construya que no tenga cimientos en el alma de los pueblos, será tan endeble y efímero como el rocío del amanecer que se evapora con el sol y el viento.

En cambio, los artistas participantes de diversos países y la marejada de pueblo que colmó la inmensa plaza, traspasaron la epidermis del conflicto hacia las verdaderas raíces de la realidad, la conciencia colectiva, el alma nacional, para quedar estrechamente conectados por invisibles lazos y vibrando con las palabras mágicas de paz y perdón. Juanes y los demás artistas invocaron lo único que podrá salvar al pueblo cubano: el amor. Así se demostró que la causa de la libertad de Cuba, defendida por los políticos, cuyos caminos tropezaban con muros insalvables, puede ganar terreno por vías subterráneas, y esto pueden lograrlo los músicos y los poetas.

La gran plaza era el lugar ideal. Era preciso comenzar por ahí la sanación del alma nacional, llevar a cabo el gran exorcismo: tornar las malas vibraciones de odios y rencores en otras de reconciliación y fraternidad. Y lo que había que pedir era justamente lo que se pedía, paz, porque hay contiendas silenciosas no declaradas de las que no se dan partes de guerra, pero que los pueblos sufren a veces por décadas y, como en nuestro caso, medio siglo. La libertad es fruto que sólo da el árbol de la paz. Sin paz no hay libertad. Cuando hay guerra, aunque no atruenen cañones, ni sangre se derrame, pero el clima sea de miedos y tensiones, de insultos y amenazas, las excusas germinarán para coartar todas las libertades, como mala yerba en torno a la buena simiente. Incluso las pretendidas libertades que supuestamente generan las llamadas guerras de liberación, aun con todas sus justificaciones, nunca son reales ni duraderas. Detrás siempre llegan nuevos conflictos y otras dictaduras. La guerra más victoriosa es aquella que puede evitarse, aquella que no se libra jamás, no sólo victoriosa para quienes podrían ser vencidos en caso de estallar, sino incluso para los posibles “vencedores”. Porque en ninguna guerra hay victorias, sólo derrotas. La verdadera batalla tiene que darse en el corazón de los seres humanos, y así se entiende el reclamo de Olga Tañón: “Los soldados somos nosotros, pero soldados de la paz”.

Y al igual que paz sin fronteras, debe haber amor sin fronteras, hermandad sin fronteras, solidaridad sin fronteras. Y deben celebrarse conciertos entre cubanos de ambas orillas allá y acá, y también de ambas orillas, encuentros de académicos, de escritores y deportistas -¿por qué no imaginar también “deportes sin fronteras” compitiendo en juegos de la amistad?-, hasta que los muros se derrumben y políticos y gobiernos no puedan seguir manipulando a los pueblos y tengan que ceder ante el paso arrollador de la reconciliación. Quizás entonces podrán juntarse, en un inmenso coro, todas aquellas voces de allá y de acá que no pudieron estar presentes. Y luego hacer, cual símbolo de un pacto entre los hermanos hoy en disputa, un arco iris con todos los colores del diapasón cubano ya en perfecta armonía: el arco iris de la Concordia.

1 comment:

  1. Dejen la ingenuidad a un lado que, todos saben que Juanes dijo bajito "Cuba libre, Cuba libre" con la boca virada para que ni lo entendieran bien, después de haber recibido innumerables humillaciones de la Seguridad del Estado, dicho por ellos mismos. "Cuba libre" no significa ningún mensaje dicho de esa forma. Y la Tañón, ahora conocida como "La Huevona", cerró su página de internet a los comentarios bloqueando y tomando los IP de las computadoras, ¿de qué clase de amor y concordia hablan?

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