Wednesday, October 25, 2017
La Revolución pospuesta... ¿Una vez más?
Ariel Hidalgo
Historia de una postergación
No pasará por alto a muchos que las tres primeras palabras de este título coindicen con el del conocido ensayo de Ramón de Armas sobre cómo los ideales de José Martí se frustraron al final de la última guerra independentista con la intervención del poderoso vecino del Norte y la disolución de organismos representativos de una república en gestación, sobre todo del Partido Revolucionario Cubano fundado por Martí.
Algo semejante ocurriría también con la Revolución del 33, abortada al siguiente año por la confluencia fatídica de tres fuerzas reaccionarias encarnadas por Caffrey, Batista y Mendieta: el poder del norte, el ejército y la clase política respectivamente. No obstante, de ese naufragio nacería un partido que adoptaría el mismo nombre del fundado por Martí, reclamando, con la coletilla de “Auténtico”, la herencia del legado martiano y definiéndose como “socialista y antimperialista”. Y aunque su líder más representativo llega a la presidencia en 1944 en medio de un gran jolgorio popular y toma medidas sociales favorables a los trabajadores, no logra evitar que un congreso y un ejército formados a la medida de la contrarrevolución del 34, le impusiera límites, ni la corrupción reinante en todas las instituciones públicas, por lo que un grupo de militantes inconformes se separa para crear el Partido del Pueblo Cubano, con la coletilla de “Ortodoxo” –un sinónimo de “auténtico”-, con el lema de “Vergüenza contra dinero”. Es de este partido de donde saldría, tras el golpe militar contra el segundo presidente auténtico, la mayor parte de la hornada de jóvenes que iniciaría la insurrección armada del 53, numerosos de ellos profundamente imbuidos del ideal martiano y dispuestos a iniciar una revolución democrática que entre otras medidas pusiera fin a la corrupción, restituyera la constitución y redistribuyera entre los campesinos desposeídos, las tierras monopolizadas por latifundistas y compañías norteamericanas, aspiraciones cuyo espíritu queda plasmado en el célebre alegato del principal acusado ante el tribunal que los juzgó: La Historia me absolverá.
Los que sobrevivieron la insurrección, ya con la dirigencia revolucionaria en el poder, aplaudieron con entusiasmo la campaña de alfabetización y la reforma agraria del 59. Pero poco a poco fueron percatándose de que esa dirigencia no estaba en disposición de restituir la constitución -tan avanzada que gran parte de su articulado nunca había podido ser implementado-, ni de convocar elecciones. En la segunda ley agraria del 61 el nuevo estado monopolizó el 70 por ciento de las tierras en las llamadas “Granjas del Pueblo”, con lo cual los latifundios privados fueron sustituidos por latifundios estatales, el primer paso hacia el modelo del centralismo monopolista de Estado, un proceso que culminó en 1968 cuando se realizó la llamada “ofensiva revolucionaria” con el despojo a los trabajadores independientes de sus modestos instrumentos de trabajo, obligados desde entonces a incorporarse a la gran masa asalariada del Estado.
La argumentación para sustituir los iniciales proyectos revolucionarios, tanto político como económico-social, por el centralismo de Estado, se basaba en el carácter de plaza sitiada del país, como expresara el entonces Ministro de las Fuerzas Armadas y hoy presidente del Consejo de Estado, Raúl Castro, “el imperativo de lograr una unidad fuerte, imprescindible en el enfrentamiento de las agresiones externas e internas” .
Los revolucionarios opuestos a aquel desvío sólo tenían tres opciones: la rebeldía con sus dramáticas consecuencias, el destierro o la adaptación. El autor de estas líneas, que en diferentes épocas vivió -¿debería decir “sobrevivió”?- las tres situaciones, no sabría decir cuál fue la más trágica. Mas a pesar de todo, el sueño de la revolución democrática no se desvaneció sino que quedó indefinidamente postergada.
Si en un país teóricamente todo pertenece a todos, en la realidad nada pertenece a nadie, y por tanto las propiedades están expensas a ser explotadas por aquellos que detenten cierto grado de autoridad, por lo que una burocracia corrupta disfruta de las empresas como si fueran suyas pero las derrocha como si fueran ajenas, de modo que en el centralismo monopolista de Estado que rige en Cuba la ley económica fundamental -ley que se cumple sin que nadie la haya enunciado-, es la contradicción entre la propiedad estatal y la apropiación privada. Se afirman que las administran en nombre del pueblo, pero...¿quiénes designan a esos burócratas? Pues los de arriba. Cierto que esos de arriba han procedido a aplicar numerosas purgas, pero evidentemente han sido incapaces de detener esa corrupción, pues el problema no reside en individuos corruptos sino en aquello que los corrompe, como las hojas enfermas de un árbol, cuando el mal reside en la raíz misma: las relaciones de producción generadas por la propiedad estatal. Podrán destituir a uno o a varios burócratas, pero no a la burocracia en su conjunto, la gerentocracia, pues al controlar directamente los medios de producción, adquieren un poder especial que los convierte en lo que todo el mundo sabe y pocos se atreven a decir claramente: una nueva clase social dominante. Esa dirigencia, como el Dr. Frankenstein de la célebre novela de Mary Shelly, había creado un monstruo que luego no pudo controlar.
Un profesor trastornado
Cosas como éstas escribía en 1980 un joven escritor y profesor de Filosofía Marxista de un preuniversitario, razón por la que fue detenido e interrogado. Al escuchar el oficial de Seguridad de sus propios labios su propuesta de que los funcionarios, en vez de ser designados por méritos políticos desde arriba, lo fueran desde abajo por su capacidad, dándoles a los trabajadores voz y voto en los asuntos de las empresas, como elegir a sus propios administradores, exclamó: “¡Usted está completamente loco!” Y lo envió a un manicomio.
Los psiquiatras diagnosticaron “trastorno de la personalidad”. Como al salir de allí seguía repitiendo lo mismo, fue acusado de “revisionista de izquierda” y condenado a ocho años de privación de libertad con un acápite donde se ordenaba que sus obras fueran destruidas “mediante el fuego”, por el delito de “propaganda enemiga”, nombre que se da al acto de expresar opiniones contrarias a la línea política oficial dictada por el Partido Comunista, Y como en la prisión continuaba hablando igual, fue separado de los demás reclusos e incomunicado indefinidamente en una celda tapiada de un área especial para condenados a muerte.
¿Qué temían sus captores al adoptar tantas medidas de seguridad, incluyendo la quema de sus escritos? ¿Acaso para que la contaminación no trastornara también la personalidad de otros ciudadanos? Pero al parecer todas estas medidas para mantener a aquel “trastornado” profesor en una hermética cuarentena fueron inútiles, porque comenzaron a escucharse, entre las propias filas del poder, algunas voces disonantes. ¿Acaso el virus de aquella extraña locura había atravesado muros y cerrojos? Un pequeño haz de luz puede derrumbar todo un mundo de oscuridad. Pero en verdad, más subversivo que las palabras de un hombre… era la realidad misma. Podrá decirse lo que se quiera por los medios oficiales, pero el desabastecimiento y el hacinamiento no engañan.
“Ya lleva más de un año en hermético aislamiento”, pensaron los opresores. “Debe haber escarmentado”. Y lo juntaron con los demás presos. Y entonces se unió a otro prisionero que proponía un viejo proyecto de crear un comité de derechos humanos y entre los dos redactaron la primera denuncia de lo que sería el primer grupo disidente de un gran movimiento destinado a extenderse por todas las ciudades y campos de Cuba.
Llegaron y lo amenazaron con abrirle una nueva causa para aumentarle la condena y él contestó que cuando tuvieran los papeles listos, lo mandaran a buscar para firmarlos. Y sus denuncias continuaron atravesando muros y rejas para cruzar los mares y alcanzar otras tierras. Filósofos, estadistas y cardenales intercederían por el confinado. Finalmente, tras siete años de prisión, el Ministro del Interior le envió un mensajero: le darían la libertad a condición de que se fuera del país, que si no aceptaba, jamás lo excarcelarían, con una clara alusión de que podría morir en prisión de muerte natural. Aceptó y poco después lo trasladaron escoltado hacia el aeropuerto.
Al año siguiente sería aquel propio ministro quien moriría en prisión de muerte natural. Y siete años después varios miembros de un centro creado por el propio Partido Comunista, fueron anatematizados por llegar a conclusiones muy similares a las de aquel profesor.
Parafraseando a Henry David Thoreau, aquel filósofo norteamericano encarcelado por negarse a pagar impuestos en protesta por la guerra de rapiña contra México, si un solo hombre se opone a la injusticia y está dispuesto a ir a la cárcel por esa idea, ese será el principio del fin de esa injusticia.
¿Opinar o no opinar? Es la cuestión
Aquel centro creado por el Partido, analizando, entre otras cosas las causas del derrumbe del campo socialista, llegaban a conclusiones muy similares a la de aquel profesor: La necesidad de “una descentralización con mayor autonomía de las bases que evitara la indefensión de los sectores más expuestos al proceso de cambios (...) la ampliación y fortalecimiento de un espacio social autónomo que represente los intereses populares” , proponía Hugo Azcuy, del Centro de Estudios de América (CEA).
El mismo día en que el entonces Primer Vicepresidente del Consejo de Estado Raúl Castro iniciara el proceso condenatorio contra los miembros del CEA con calificaciones de “quinta columnas del imperialismo”, Azcuy moría a consecuencia de un infarto cardiaco. Medidas como ésta, así como la suspensión de la creación de nuevas fundaciones y la ley 80, conocida como “Ley Mordaza”, que muchos interpretaron como un intento de acallar a la llamada disidencia autoproclamada opositora, iban más bien dirigidas a poner cotos a las manifestaciones contestatarias entre sus propias filas. Hoy, al cabo de 20 años, centros académicos, fundaciones y agrupaciones de izquierda, tolerados pero sin espacio en los medios oficiales, sostienen, como solución a la crisis estructural del país, una política económica muy diferente: la entrega de los medios de producción en las manos directas de los trabajadores. Ya esta reforma no parecía tan descabellada como cuando la proponía aquel “trastornado” profesor. A este segmento contestatario de la sociedad que ha cobrado conciencia de los problemas y busca soluciones proyectadas hacia el futuro –no hacia el pasado-, algunos los llaman críticos sistémicos, porque sus críticas no van dirigidas al desmantelamiento de las estructuras del sistema para un retorno del capitalismo y de la democracia representativa sino que, sin pretensiones de asumir actitudes de oposición política, aspiran a una reforma radical del sistema desde sus propias bases para ir más allá, al empoderamiento de los trabajadores y a una democracia directa sin interferencias burocráticas o partidistas. Pero el Partido-Estado no sólo les cierra las puertas de los medios oficiales sino que en múltiples ocasiones ha tratado de silenciarlos, y si no ha podido amordazarlos completamente es “gracias a las fuerzas revolucionarias dentro de las instituciones, en la estructura estatal” según expresara recientemente un crítico sistémico .
Cuando el VII Congreso del Partido Comunista celebrado en abril condenó formas discriminatorias como el racismo, el sexismo, orientación sexual o discapacidad, dejó fuera la más practicada en Cuba: la discriminación por opinión o credo, una ausencia obvia, pues condenarla no sólo contradiría al Código Penal, sino incluso a la propia ley constitucional que admite el derecho de expresión siempre y cuando no se atente contra el principio de la “sociedad socialista”, tal y como la entiende, por supuesto, esa dirigencia.
El debate sobre el tema se ha puesto en este mismo año en primer plano. Un grupo de periodistas de los medios oficiales de Santa Clara dio a conocer una declaración conjunta en reclamo del derecho a publicar en los blogs particulares, donde denuncian la censura y la persecución política en el gremio. La subdirectora del diario oficial Granma advirtió, en reunión a puerta cerrada de la Unión de Periodistas de Cuba, sobre posibles protestas públicas debido al regreso de los apagones, que se estaba formando una tormenta perfecta. “Señores, este país no aguanta otro 93, otro 94”. Por transcribir estas palabras en su blog, un popular periodista de Holguín fue expulsado de los medios oficiales, tras lo cual, periodistas de varias regiones del país salieron en su defensa. Las medidas represivas no se hicieron esperar y varios periodistas oficiales fueron expulsados de sus empleos. Como puede notarse, los pocos logros alcanzados en este campo no se han debido tanto a concesiones del Estado-Partido como a las conquistas de una sociedad civil emergente mediante la práctica constante de un derecho. Pueden expulsar a diez o veinte periodistas, ¿pero qué harán cuando los discrepantes frontales en el gremio sean cien o doscientos?
Conceder libertad para concordar y aplaudir lo que esa dirigencia diga o haga, pero no la de criticarla, es una burla, porque la libertad sólo tiene sentido cuando incluye el derecho a discrepar, un principio, que habiendo sido clave en el pensamiento de José Martí, la divorcia completamente de ese ideario . El culto a la personalidad de Martí mientras se practica lo contrario de lo que él predicara, ha sido un recurso muy socorrido a lo largo de toda la historia republicana. De hecho se le dice hoy al ciudadano: No pienses en los temas de política e ideología. Nosotros lo haremos por ti. Pero toda persona que se sienta digna de ser tratada como miembro de la especie humana y no como una bestia, no debe renunciar a un derecho que por su propia condición, es inalienable. Y cuando un pueblo toma conciencia de sus derechos, no hay nadie, por muy poderoso que sea, que pueda detener el ejercicio pleno de la libertad.
¿Una nueva revolución?
A principio de los 80 un académico canadiense, de regreso de un viaje a Cuba, se reunió con varios cubanos exiliados para transmitirles sus experiencias y resumió sus conclusiones con una profecía: “Será inevitable una nueva revolución”. La razón la explicó en pocas palabras: “La elevada instrucción del cubano medio genera expectativas que la dirigencia cubana es incapaz de satisfacer”. Lo que no dijo fue que existía una razón más para no poder satisfacerlas: los intereses de la burocracia y del Partido-Estado.
Hablemos claro. La revolución no existe desde fines de los 60. Se sigue hablando de revolución en los medios, en los discursos y en todas las instituciones oficiales cuando en realidad se trata de un cadáver al que no se le ha dado sepultura y del que todavía no se ha redactado un acta de defunción, pero aquella que expropió a capitalistas y terratenientes, convirtió a esas grandes posesiones privadas en estatales y por más que se calificara a ese nuevo Estado de revolucionario con o sin razón, era esencialmente eso: Estado . Los bienes de producción no llegaron nunca al control directo de los trabajadores sino que pasaron de las manos de unos poderosos a las de otros. De este modo, no tiene sentido calificar a alguien de “contrarrevolucionario” en referencia a una revolución inexistente. Y si se empeñaran en usar tal calificativo, habría que adjudicarlo a los verdaderos responsables de que esa revolución no cumpliera la misión por la que nació.
Esto se vio muy claro cuando el Congreso ratificó la condición general de igualdad en la miseria que ha predominado en Cuba hasta hoy con la prohibición de “la concentración de la propiedad y la riqueza en personas naturales o jurídicas no estatales”, lo cual significa que se mantiene un límite para las posesiones y la prosperidad. Y como no se sabe exactamente dónde está ese límite, se coarta el incentivo productivo de los trabajadores independientes. Esto limita no sólo a las personas, sino además, a cooperativas y a cualquier otra institución o fundación no estatal por muy legales que sean. Consecuentemente con esta declaración, se han impuesto nuevas limitaciones a la libre iniciativa económica ya sea fijando un límite a las tarifas de los taxistas o prohibiendo a los cuentapropistas comercializar productos no elaborados íntegramente por ellos mismos. La espada de Damocles de las actas de apercibimiento gravita sobre ellos, la amenaza de suspender sus licencias. Por tanto, no es sorprendente que los cubanos de a pie no tengan expectativa alguna y vivan sumidos en la frustración. Sólo las empresas estatales, controladas por la burocracia corrupta, pueden acaparar, y por supuesto, aunque no se mencionan, también los inversionistas extranjeros.
Cierto que la población ya nada esperaba de este evento, excepto cierto sector, principal sostén de la dirigencia histórica, esperanzado en que, después de tantos descalabros, sus líderes actuaran esta vez con mayor dosis de realismo, pero las conclusiones fueron un balde de agua fría.
Si esa dirigencia actuara realmente como representante de ese pueblo y de esos trabajadores –cuentapropistas, cooperativistas, pequeños agricultores, jornaleros del Estado-, no los trataría como adversarios o competidores, sino que actuaría, si no como representante, al menos como aliada, liberando las fuerzas productivas, permitiendo el cooperativismo independiente, eliminando incomprensibles trabas y altos impuestos, fomentando el autoempleo mediante el acceso a créditos de microempresas y cooperativas independientes, a insumos e instrumentos de trabajo, permitiendo la libre comercialización de los productos y servicios, concedería a los jornaleros estatales, la autogestión de las empresas, así como la participación directa en las utilidades, y, finalmente, suspendería las interferencias de esa dirigencia y en general del Partido-Estado en el proceso de nominación de candidatos en forma de propuestas –lo cual significa, más exactamente, imposición-, de delegados a la Asamblea Nacional.
No se trataría ya tanto de hacer que el socialismo formal se convierta en verdadero sino por una cuestión de humanidad, porque medidas como éstas tendrían consecuencias tan trascendentales que el país cambiaría dramáticamente en muy poco tiempo en cuanto a las condiciones de vida de los trabajadores y en general de todo el pueblo, porque se pondría fin al desabastecimiento y crecería el poder adquisitivo de los ciudadanos, incluso los recursos del fisco aumentarían en vez de decrecer porque gran parte de la economía informal se incorporaría a la legalidad, además de una nueva hornada de trabajadores independientes con nuevas iniciativas, con lo cual podrían mejorarse las condiciones del servicio de la salud pública, la educación y el aumento de las jubilaciones de los retirados, y no haría falta poner límites a precios y tarifas porque disminuirían por el propio aumento de la oferta al suprimirse las medidas que desestimulaban las actividades por cuenta propia.
Si los resultados de medidas como éstas serían tan positivos, ¿por qué entonces la dirigencia no las implementa? El pretexto más socorrido es que generarían desigualdad y las simientes de un nuevo capitalismo. Nada más absurdo. Por una parte la igualdad que en los hechos se intenta aplicar, no sólo no es real sino que tampoco es posible porque la recompensa debe equipararse al esfuerzo de cada cual. Nadie debe quedar desamparado pero la única igualdad justa y posible es la de oportunidades. Lo demás sería un grosero igualitarismo. No debe haber límite para la prosperidad cuando se tiene mérito para alcanzarla domo resultado del esfuerzo propio. No se trata de cortarle las alas a los que las tienen para levantar el vuelo, sino dárselas a los que no las tienen para que también despeguen. Por otra, es irónico ese temor a que el cubano de a pie genere relaciones capitalistas cuando más las pueden generar los inversionistas extranjeros. Más que poner cotos a las posesiones, acaparamientos e independencia económica de los ciudadanos, se debería estimular el cooperativismo y la autogestión ofreciendo estímulos fiscales a todos aquellos que produzcan riquezas sin necesidad de emplear trabajo asalariado.
Si el poder no aplica esta serie de medidas, al menos los llamados reformistas sistémicos de las diferentes fundaciones, blogs y cátedras de pensamiento avanzado deberían concertarse para elaborar, de forma consensuada, un programa semejante, más completo, al cual propondría llamar, como homenaje a quien murió intentando promover cambios semejantes, Proyecto Azcuy. No se trata de decir de dónde debemos salir sino hacia dónde queremos ir. Sería un paso fundamental para comenzar a avanzar por un camino hacia la nueva Cuba que merece nuestro pueblo.
Señales sintomáticas de algo que viene
Hoy parece ya evidente que los de arriba no están dispuestos a ceder a los de abajo, esa potestad que más que privilegio, es un derecho, por lo que esa frustración continúa manifestándose de forma individual en los intentos de abandonar el país por cualquier vía, mucho más factible que cambiar las cosas adentro. La dirigencia acudía, cada catorce o quince años, al éxodo masivo como válvula de escape de las tensiones y eludía así una protesta masiva. Camarioca, Mariel y Guantánamo, son palabras que nos trasladan a alguno de esos cruciales momentos. Pero del éxodo de Guantánamo hasta el presente han pasado 22 años. ¿Significa que ha desistido de este recurso? Según datos del departamento de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos, en los primeros cinco meses del presente año han arribado 27,644 cubanos y se espera que a este ritmo la cifra supere los 66 mil a fin de año, una dosificación del éxodo que evita un conflicto con su vecino del norte.
Pero hoy, con ese modelo ya completamente agotado, lo que realmente hace esa dirigencia es aplazar algo que por el proceso natural de las cosas tendrá que producirse. No pasa inadvertido para nadie que los cubanos de estas nuevas oleadas migratorias de los últimos tiempos saliendo para Suramérica y cruzando fronteras hacia los Estados Unidos, cuentan con celulares y hasta se comunican por internet con sus familiares en Miami. Esa dirigencia ha intentado frenar o al menos retardar la generalización entre la población, de la nueva tecnología de las telecomunicaciones porque todo se vuelve transparente y nadie puede ya monopolizar la información que fluye velozmente por todas partes, ni el contacto entre los ciudadanos estén donde estén. Por otra parte, cualquiera con una simple computadora es capaz de montar su propia microempresa, una tecnología en franca contradicción con las estructuras piramidales centralizadas. Nunca como ahora se cumple tan claro aquello de que el desarrollo de las fuerzas productivas entra en contradicción con las relaciones de producción -en este caso la propiedad estatal-, lo cual, según el propio Marx, generaba un clima revolucionario. Los blogs personales para difundir todo tipo de opiniones, se han ido multiplicando por todo el país.
El propio Presidente Raúl Castro había advertido en vísperas del Congreso: “No podemos quedarnos con los brazos cruzados ante la irritación de la población”. Pero los acuerdos tomados respondieron a un intento de su máxima dirigencia de apaciguar a su segmento más intransigente, alarmado ante el entusiasmo de la población cubana por las palabras del Presidente Obama transmitidas a todo el país, lo cual refleja gran temor e inseguridad. Y concluyó sin dar soluciones a las más acuciantes necesidades.
Si no se toman las medidas indispensables, protestas y disturbios con lamentables consecuencias podrían hacer que el sector que hasta ahora ha sostenido a esa dirigencia sea más receptivo a las propuestas de los críticos sistémicos de un replanteamiento de los postulados de la Revolución y entregar los medios de producción en manos de los trabajadores. Yo lo diría de una forma menos edulcorada: si la primera revolución intervino las grandes propiedades de capitalistas y terratenientes, la segunda deberá intervenir al único gran propietario que aún queda, el Estado.
La tarea más importante de los críticos sistémicos no es alentar el fuego, ni apagarlo, todo lo cual estaría más allá de sus posibilidades una vez que se ha prendido, sino ayudar a evitarlo mediante la elaboración y divulgación de ese proyecto consensuado de reformas radicales que, de ser implementado, no sólo rescatarían al país de la crisis estructural permanente que ha sumido a la inmensa mayoría del pueblo viviendo en precariedades durante más de medio siglo, sino que además evitaría una explosión social de resultados impredecibles. Su misión será como la de los antiguos profetas, advirtiendo de las posibles calamidades de persistirse en el error.
A aquellos de la dirigencia que escuchen y valientemente, saltando las barreras de los intereses de clase de la gerentocracia, pongan en marcha este proyecto, les aseguro que el pueblo cerrará filas en su apoyo de forma unánime. Pero si en lo alto nadie da el paso necesario y abajo la impaciencia empuja a los más indignados a las calles, entonces como nadie gobierna sin el consentimiento de los gobernados y éstos habrían dejado de ser representados por los que hasta entonces los gobernaban, y como por tanto quien realmente gobernaría sería la ingobernabilidad, habrá llegado la hora de convocar a toda la sociedad civil, para levantar, todos juntos, aunque sea sobre los escombros, y sin más violencia que las caricias de la brisa en las palmeras, la patria tantas veces soñada y tantas veces postergada.
concordiaencuba@outlook.com
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