Saturday, August 27, 2011

¿A Pablo? ¡Con los brazos abiertos!









Ariel Hidalgo
Nadie tiene por qué arrepentirse ni tener que pedir perdón por defender o haber defendido, una causa que creyó o cree justa, por muy equivocado que consideremos que esté. De lo que habría que arrepentirse y pedir perdón es por agredir física o verbalmente a un semejante –y en este caso a un compatriota-, por la sola razón de pensar diferente, no importa qué causa esté defendiendo, no importa en qué posición esté del espectro político. Estas pasiones han llevado incluso al fratricidio. Fue tan repugnante el hundimiento del remolcador 13 de Marzo como la voladura del avión de Barbados, tan abominable el crimen contra Wilfredo Soto como el de Luciano Nieves.
Sé que posiciones como ésta, en un mundo polarizado por las pasiones como el cubano, no despiertan muchas simpatías en ciertos círculos, pero es hora de acabar de entender que un verdadero activista de derechos humanos no es de izquierda ni de derecha, sino de lo alto, porque está por arriba de todas las posiciones políticas, ni negro, ni blanco, ni azul, ni rojo, que un verdadero defensor de la libertad no responde a ningún partido, ni gobierno, que no tiene bandera, y si la tuviera… ¡Mi bandera no tiene color!
Pablito Milanés no vaciló en negar el apoyo a la redada de los 75 disidentes de la Primavera Negra y tuvo el valor de cuestionar el fusilamiento de los tres jóvenes negros que en medio de la desesperanza secuestraran la Lanchita de Regla. Hombres así son los que necesita la Cuba de mañana, los que no temen decir lo que piensan, no los que, por congraciarse con los poderes dominantes, salen a la calle, ya sea el Malecón o la Calle 8, con ignominiosos actos de repudio contra aquellos que lo único que han hecho es expresar abiertamente sus opiniones.
He escuchado de la llamada izquierda miamense, so pretexto de defenderlo, que Pablo pretendía con estas posiciones, estar “con Dios y con el Diablo” para ganarse la aceptación de quienes rechazan su presencia en Miami, y ponen en sus programas radiales pagados, viejas canciones militantes que probablemente ni Pablo ya recuerda, con lo que echan leña al fuego de la esperpéntica locomotora de la extrema derecha. ¡No me defiendas, compadre! Es absurdo que en el 2003 se arriesgara a adoptar tales actitudes no sin considerables costos -por entonces se rumoró que lo habían obligado a disolver su fundación y que él había optado por una especie de exilio de seda en España-, ¿todo porque ya sabía que ocho años más tarde vendría a Miami a dar su concierto? Más bien lo que parece demostrar Pablo es justamente lo contrario, que no está ni con Dios ni con el Diablo, sino con la verdad, su verdad, tan respetable como la de cualquier otro, y esa honradez es lo que lo engrandece ante los ojos de todos los que amamos la causa de las libertades ciudadanas y de la justicia social, no importa si coincide o no con todas las posiciones de los que así pensamos.
Es bueno que Pablo sepa que no somos pocos los que en Miami le damos la bienvenida y lo recibimos con los brazos abiertos, que no sólo lo admiramos como compositor e intérprete, sino además, por esos actos de honestidad, verdaderas campanadas en la conciencia de los que por indiferencia o miedo, han sido cómplices de nefandas acciones, que no nos importa qué creyó antes, cree ahora o creerá mañana, porque lo realmente importante es no tener miedo a la hora de decir lo que se piensa, aunque al decirlo se rompa la monotonía de un paisaje de consignas de odio impuesto por grupos intolerantes, no importa donde estén, si en La Habana o en Miami. Y éste es el mejor mensaje que puede enviarse a los que alguna vez, o incluso aún hoy, mantienen posiciones comprometidas con el liderato gubernamental: que no los odiamos ni los repudiamos, y que si alguna vez cualquiera de ellos comienza a manifestar dudas y toca a nuestra puerta, nosotros se la abriremos, y en nuestra mesa no dejará de haber, para él, una cordial taza de café.
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