por Haroldo Dilla Alfonso
Yo estoy entre quienes saludan la decisión del presidente Barack Obama de dar otro paso para horadar el embargo/bloqueo. En este caso el relajamiento de las restricciones para los intercambios especializados.
Pero también estoy entre quienes lo consideran insuficiente. En lo cual me parezco al Gobierno cubano que dijo más o menos lo mismo —es correcto pero insuficiente, dijo el frívolo Ministro de Cultura— pero solo aparentemente. Sí creo que me parezco muchísimo a los millones de personas que están relacionadas con el tema cubano y que han logrado rebasar la camisa de fuerza del revanchismo político. Que entienden que por ese camino no se va a ningún lugar, y que por mucho que nos alivie los resentimientos —probablemente justificados— terminamos haciendo causa común con la autoritaria élite política cubana.
Y probablemente me parecería más a Obama, si éste pudiera decir sinceramente lo que piensa. Porque al fin y al cabo, Obama pertenece a esos millones de personas que antes mencionaba, solo que es presidente de Estados Unidos. Como tal, juega con el asunto como se maneja un negocio: a base de costos y beneficios. Y hay muy pocos beneficios inmediatos a ofrecer al consumidor político estadounidense. En primer lugar Cuba no es un atractivo económico suficiente. Y en segundo lugar los gobernantes cubanos no han querido dar nada a cambio de un clima más distendido. Absolutamente nada. Al menos que se considere que algo es esa indecencia de mandar al destierro a varias decenas de presos políticos condenados sin garantías en 2003 y mantener en prisión a la docena que se negó a abandonar el país en que nacieron. Creo, como me dijo hace poco un lúcido amigo republicano, que los dirigentes cubanos van a tener mucho tiempo para lamentar no haber aprovechado la coyuntura favorable de los dos primeros años de Obama con un congreso demócrata.
Pero el paso de Obama es positivo. Pues todo lo que tienda a erosionar las políticas gastadas del diferendo es positivo.
El embargo/bloqueo es un fracaso y lo ha sido por cinco décadas. Entiendo que muchos emigrados sigan apoyando esta política, pues el embargo ha sido el peaje que la ansiedad ha pagado a la impotencia ante la continuidad del régimen cubano y del extrañamiento. Hasta entiendo que otros muchos hagan del bloqueo/embargo un repugnante “ábrete sésamo” del ascenso mercurial y político en el seno de una comunidad injustamente desterrada. Pero es un total fracaso y lo seguirá siendo. Peor aún: es una medida contraproducente que termina reforzando lo que quiere eliminar.
No ha logrado ningún cambio político en Cuba, y ha servido a la élite postrevolucionaria para justificar la represión interna ante la población, presentando a cada crítico, disidente u opositor, como un alien antinacional. Ha sido el Leitmotiv para justificar los tremendos errores económicos producto del voluntarismo, la centralización burocrática y la estatización abrumadora. Y ha sido, finalmente, el argumento perfecto para que esta élite se muestre a sí misma como la garantía de la sobrevivencia patria. El embargo/bloqueo ha sido la piedra de toque de una concepción de fortaleza sitiada —para cuya defensa todo vale— en la que han sido educadas generaciones completas de cubanos.
Ha sido tan necesario a la élite cubana que Fidel Castro se ha dedicado con pasión de cruzado a desmantelar cada intento por eliminarlo, desde los tiempos de Ford hasta la actualidad, pasando por Carter y por Clinton. El embargo/bloqueo ha sido su balón de oxígeno, su certificado de heroicidad, la justificación para todos sus fracasos y atropellos.
Si yo fuera Presidente de Estados Unidos por un día (me imagino ahora con un poder absoluto para hacer cosas) ese mismo día eliminaba el embargo, devolvía la base de Guantánamo, ponía a los cinco espías en el aeropuerto de La Habana (al menos a los que no tengan en su contra hechos de sangre) y mandaba un emisario a hablar con el aterido canciller Bruno Rodríguez para restablecer en menos de 24 horas las relaciones diplomáticas plenas.
Es cierto, como dicen algunas personas, que eso va a ser celebrado por los huéspedes del Palacio de la Revolución como una gran victoria. Y está bien que lo hagan: que beban hasta el amanecer y se tomen muchas fotos. Van a tener quince minutos de fama y unas horas para mirarse al ombligo.
El asunto es qué harán el día después, cuando haya que gobernar sin la recurrencia al enemigo externo. No dudo que van a inventar los peligros, pero van a ser cada vez menos creíbles. También hablarán de los problemas económicos como secuelas del bloqueo, pero ¿por cuánto tiempo? Seguirán diciendo que el enemigo externo existe y que disentir es aliarse a él, pero ya no será visible. Estarán obligados a abandonar el discurso seguro, monolítico, sin fisuras, y hacer un uso desacostumbrado del quizás.
Obviamente, de igual manera que el embargo/boqueo no es el culpable de los graves problemas económicos de Cuba, ni justifica la opresión y el autoritarismo políticos; tampoco su eliminación va a generar automáticamente las soluciones a estos problemas, sea a la izquierda o a la derecha. Pero indiscutiblemente genera un escenario menos polarizado y menos enrarecido en el que los actores internos y la diáspora podrán ganar autonomía e incidir en los cambios deseados.
Hay una última razón por la que saludo a Obama, y saludaré siempre cualquier paso en la dirección de la eliminación del embargo/bloqueo. El embargo/bloqueo, no importa ahora su origen hace medio siglo, es un recurso político injerencista. Apoyar el embargo, y su uso por Washington como arma política, es reconocer el derecho de Estados Unidos a ser un actor interno de la política cubana. Y la experiencia histórica nacional indica que esa injerencia política ha sido frecuentemente un motivo de traumas y desestabilización para nuestra nación.
Hay que avanzar hacia la República del futuro reconociendo que en este proceso de mundialización los nacionalismos asépticos son estorbos para la vida. En un mundo globalizado es imprescindible que los estados nacionales cedan cuotas significativas de soberanía, pero deben hacerlo mediante decisión soberana avalada por consultas democráticas. Y en particular en su relación con Estados Unidos, Cuba debe manejar enfoques sofisticados que permitan optimizar las ganancias derivadas de la relación y apuntar hacia el fin último: el bienestar de toda la comunidad nacional, directamente de la comunidad residente en la Isla, e indirectamente de la diáspora.
Me temo que nada de esto pasa por la antediluviana Ley Helms Burton. Que al final, de eso se trata.
© tomado de cubaencuentro.com
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