Saturday, February 27, 2010

El Régimen Carcelario Cubano




Juan Antonio Blanco




La muerte inducida y deliberada de Orlando Zapata Tamayo bajo custodia del estado cubano es apenas el más reciente recordatorio de la naturaleza criminal del sistema carcelario en la isla y de la impunidad que ese régimen totalitario extiende a sus administradores y operarios.


En un estado de derecho la responsabilidad por la seguridad e integridad física de una persona detenida o encarcelada recae sobre las autoridades que lo custodian. Es parte de sus obligaciones garantizar que no sea agredido ni se auto-agreda. Cuando un tribunal dictamina una sanción de privación de libertad no está extendiendo una autorización a los funcionarios de prisiones para que sometan al reo a un régimen arbitrario de tratos crueles y degradantes decididos unilateralmente por sus carceleros. Mucho menos les otorga un mandato para disponer de su vida. En cualquier país civilizado las autoridades de prisiones tienen que hacer cumplir la sanción dictaminada por los tribunales sin atribuirse la prerrogativa de someter al prisionero a castigos adicionales decididos de manera extrajudicial. Sea un preso político o común es obligación del Estado que lo sancionó a la privación de la libertad de movimiento garantizarle al detenido el disfrute de sus otros derechos no retirados por los tribunales, por lo que cae dentro de las responsabilidades del Estado normar la conducta de los funcionarios de prisiones, monitorearla de manera independiente y velar porque se atengan a reglamentos claramente establecidos que respeten la integridad física de los detenidos y los protejan de castigos crueles y degradantes.


En Cuba, una vez consolidada la conspiración contrarrevolucionaria y totalitaria -impulsada por los hermanos Castro contra el resto de los luchadores antibatistianos desde los días de la Sierra Maestra-, se puso fin al estado de derecho y a la separación de poderes, se sometieron los tribunales a la autoridad ejecutiva, se elevó el poder de los órganos policíacos por encima del judicial (que perdió su independencia) y se extendió impunidad a los responsables de administrar las prisiones al prestar oídos sordos, salvo en excepcionales circunstancias, a las quejas de los prisioneros y sus familiares.


Adicionalmente la elite de poder cerró el sistema de centros de detención y carcelario a toda inspección independiente de la ONU, la Cruz Roja o cualquier otra institución internacional. Tanto los presos comunes –que hoy constituyen una población de decenas de miles en un país que criminaliza actividades económicas y sociales consideradas normales en casi todas partes- como los políticos -a quienes la opinión pública mundial sigue con mayor atención- se hallan en un estado de indefensión total frente a carceleros que saben de la alta improbabilidad de ser sancionados por maltratarlos.


Para poder integrarse al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, el gobierno cubano había accedido a que sus centros de detención y prisiones fuesen inspeccionados en el 2009 por el relator especial de esa institución. Luego La Habana adujo no estar lista para recibirlo y pidió posponer la vista para el 2010.


¿Quién es responsable por la muerte de Orlando Zapata Tamayo?


La responsabilidad por la muerte de Orlando Zapata Tamayo -así como de todos los anteriores casos de muertes por malos tratos en centros de detención y prisiones cubanas (incluyendo el creciente número de suicidios que en ellos se registra en meses recientes)- recae inequívocamente sobre las autoridades de la isla.


Fidel y Raúl Castro reciben diariamente el llamado “parte de la situación operativa” que les confecciona el Ministerio del Interior. Las decisiones tomadas al más alto nivel del estado cubano en los últimos 85 días sobre el caso de Orlando Zapata fueron asumidas sobre bases adecuadamente informadas y constituyeron políticas calibradas y deliberadas.


Los líderes del régimen cubano creyeron que la muerte de este hombre humilde, negro, albañil, -al que habían encarcelado usando figuras delictivas comunes pese a la naturaleza política de su detención (como vienen haciendo con Darcy Ferrer y otros opositores en el pasado reciente)- no tendría el impacto que el fallecimiento de un prisionero blanco, intelectual, de clase media, acusado de delitos directamente políticos. Pensaron que su muerte no les traería repercusiones de consideración y en cambio les ofrecía la oportunidad de mandar un macabro mensaje de inalterable firmeza a los demás prisioneros y disidentes que han apelado de manera creciente a esas tácticas. Porque lo que en realidad les preocupa es la posibilidad de que se dé en Cuba un movimiento de huelgas de hambre en solidaridad con los presos similar al protagonizado por centenares de personas en Bolivia, en varias iglesias y de manera simultánea, bajo la dictadura militar


Pero Orlando Zapata no se amilanó y tardó en fallecer. A última hora temieron que se les muriese en un momento inconveniente. No querían que el desenlace empañara las conversaciones entre funcionarios españoles y cubanos en Madrid (¡sobre derechos humanos!), en medio de las fotos y abrazos de Raúl Castro con otros jefes de estado latinoamericanos en Cancún, o coincidiendo con la visita de Lula a La Habana. A toda carrera le prodigaron inútilmente atenciones hasta entonces negadas.


Lula –que no ha humanizado las brutales prisiones de su país y donde se celebrarán elecciones presidenciales en pocos meses- quiso mirar a otra parte. Pero si alguien pudiera acusarlo de oportunista es difícil suponerlo tonto. Regresó a Brasil sabiendo que la oposición tendría nuevos argumentos contra su partido en las venideras elecciones por su inoportuno espaldarazo a los cómplices de este crimen. El canciller Miguel Ángel Moratinos ha quedado igualmente descolocado frente al Presidente José Luis Zapatero y al resto de los gobiernos europeos a los que ha venido anestesiando su sensibilidad humana y democrática con valoraciones parcializadas sobre lo que viene ocurriendo en la isla. La muerte estoica de Orlando Zapata tiene a más de una celebridad mundial rectificando sus aproximaciones acomodaticias al régimen cubano y a otras corriendo en busca de cobija por haberlas promovido.


Los sobrevivientes del Holocausto narran cómo los nazis tomaron medidas extremas para evitar los suicidios en los campos de exterminio. Los consideraban un desafío a su poder omnímodo. Sólo los carceleros tenían la potestad de decidir sobre la vida o la muerte de aquellos infelices. El suicidio no era visto en aquellas fábricas de la muerte como un acto de capitulación definitiva al poder sino de desacato. Los fascistas cubanos creyeron poder doblegar a Orlando Zapata Tamayo, pero su dignidad y valor resultaron ser irreductibles. Prefirió la reafirmación de su humanidad y el desacato eterno a sus opresores antes que languidecer en su pocilga enfrentando palizas y humillaciones. Demostró poseer un poder superior al que emana de cañones y bayonetas y del cual carecen sus victimarios: la ética del activista de derechos humanos. Zapata no estaba dispuesto a matar por sus ideales, pero sí a morir por ellos. Eso lo hizo invencible.
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Friday, February 26, 2010

Los Tres Asesinatos de Orlando Zapata Tamayo




Haroldo Dilla Alfonso




Nunca conocí en vida a Orlando Zapata Tamayo. Sólo he visto de él una foto colocada de mil maneras en internet. Posiblemente nunca hubiera conocido que existía si no fuera porque decidió hacer una huelga de hambre por razones que aún no conozco bien y murió en su empeño. Es decir, decidió hacer uso del único recurso que le queda a un recluso —la vida— y exponerla para dar una batalla moral ante el estado cubano. Este tipo de hecho no es nuevo. Recuerdo, por ejemplo, que en 1981 un grupo de jóvenes del IRA apelaron al mismo recurso contra la conservadora Margaret Thatcher, y diez murieron. Entonces el Granma contaba cada día los pormenores de las huelgas de hambre y cuando moría algún joven lo reseñaba en primera plana, para consternación e indignación de sus lectores, entre ellos yo. Esta vez, el Granma no ha dicho nada, porque esta vez el Granma es parte de la maquinaria que asesinó tres veces a Orlando Zapata Tamayo.


En resumen, no sé exactamente quién era Orlando Zapata Tamayo. Los partes de la disidencia indican que se trataba de un obrero negro de 43 años que fue encarcelado por participar en varias acciones pacíficas no permitidas por el gobierno cubano —entre ellas, el Proyecto Varela que buscaba recoger firmas para promover una reforma constitucional en el parlamento cubano— y que mantuvo una posición vertical en la prisión, lo que le valió maltratos y el alargamiento de su condena de tres años iniciales a una cifra que he leído iba de 25 a 36 años. Según el gobierno cubano y sus relacionistas públicos, cubanos y extranjeros, se trataba de un delincuente común con una hoja de delitos baratos fomentada desde que tenía 22 años, y que posteriormente decidió enrolarse en la disidencia para continuar su carrera delictiva. Es decir, que la víctima pasó de robar carteras a promover un cambio constitucional y exponerse a altas penas de prisión.


En realidad, los argumentos del gobierno cubano me resultan muy dudosos. No entiendo cómo un ladrón vulgar de carteras puede pasar de improviso a promover un cambio constitucional exponiéndose de paso a largas condenas de cárcel. Tampoco, cómo un delincuente común y, además, oportunista, se deja morir de hambre, durante un largo proceso en que tuvo 85 días para arrepentirse. Y si estaba preso por los delitos que mencionan, me parece extraña la tremenda cantidad de años que establecía la condena. Tampoco puedo explicarme cómo es posible que alguien se suicide por conseguir, dice el gobierno, un teléfono y una cocina para su celda, aunque fuese una cocina similar a la que tenía Fidel Castro en el presidio de Isla de Pinos cuando fue encarcelado por la bárbara tiranía de Batista por asaltar un cuartel militar en 1953. Es evidente que tantos años sin una opinión pública crítica ha reblandecido el sentido común de los propagandistas del gobierno cubano.


Y, finalmente, dudo de lo que dice el gobierno cubano, porque si algo conozco bien es cómo la élite cubana es capaz de manipular la información, mentir e intoxicar a la opinión pública en un país donde no hay fuentes alternativas de comunicación, para conseguir cualquiera de sus objetivos. Es lo que convirtió súbitamente en 1989 a un héroe nacional en un corrupto, aburguesado y abusador, digno del fusilamiento; o a un brillante canciller que era capaz de interpretar como nadie el pensamiento del Comandante en Jefe (cualidad insuperable en una monarquía faraónica) en una soez sabandija envilecida por las mieles del poder.


De cualquier manera, para los fines de lo que quiero decir ahora, no me interesa saber quién era Orlando Zapata Tamayo, ni por qué estaba preso. No tengo dudas de que el gobierno cubano nuevamente ha sacrificado la vida de un cubano para dar una demostración de firmeza represiva ante la oposición. Que el gobierno cubano ha permitido la muerte de un recluso. Y que, por consiguiente, el gobierno cubano ha cometido una acción criminal. Cuando el gobierno cubano decidió utilizar al presidiario fallecido como caso prueba para sus forcejeos políticos, decretó su asesinato: el primer asesinato.


No es un hecho inédito en Cuba. La naturaleza autoritaria del sistema político cubano incluye entre sus arbitrariedades el uso de casos para producir respuestas ejemplarizantes de cara a espectadores hostiles o poco confiables. Fue lo que sucedió cuando fueron ejecutados los implicados en la Causa 1 de 1989, una pandilla de rateros desaforados pero que legalmente no merecían el fusilamiento. O en 2003, cuando fueron fusilados tres jóvenes, también negros, por intentar secuestrar una lancha para emigrar a Estados Unidos. Los fusilaron 72 horas después de sus apresamientos, en un juicio sumario propio de capitanes generales, sin siquiera permitir una despedida familiar. Y ahora esta muerte consentida que envía un mensaje muy claro a la oposición y al posible surgimiento de otros huelguistas.


A la muerte física de Zapata sucedió un segundo asesinato: una avalancha de difamaciones organizada por el gobierno cubano. Utilizando para ello a algunos intelectuales devaluados del patio y a la red de voceros estalinistas que medran en la izquierda mundial, han dicho que la víctima era un preso común (culpable de exhibicionismo, de portar armas blancas, de cometer hurtos, de producir escándalos públicos e incluso de vender drogas a turistas), que exigía privilegios desmedidos para un presidiario, que atacaba a los guardias carcelarios, y hasta que era esquizofrénico y bipolar. De igual manera, no han escatimado esfuerzos para desnaturalizar el hecho, envolverlo en el conflicto Cuba-Estados Unidos y compararlo con no sé cuántas muertes que desgraciadamente ocurren en otras latitudes como Irak y Afganistán. Es decir, para sacar el crimen del escrutinio público en nombre de la defensa de una revolución socialista que hace ya mucho tiempo no es revolución y nunca fue socialista. Es otra técnica: inhibir a los sectores democráticos y de izquierda del planeta agitando el espantajo de la agresión imperialista, como si las muertes que ocurren en otros lugares, como si el bloque/embargo, como si una sola de las conquistas sociales que han ocurrido gracias a la acción del pueblo en el último medio siglo, como si uno solo de esos hechos pudiera justificar el crimen cometido contra Orlando Zapata Tamayo.


Y luego, Zapata Tamayo ha sido asesinado cuando el presidente/general Raúl Castro, haciendo un alarde del más procaz cinismo, lamentó públicamente la muerte de un presidiario a quien su gobierno dejó morir. Ha sido su tercer asesinato en unas pocas horas.


Para la izquierda, el crimen contra Orlando Zapata Tamayo es un reto. Nada aquí puede ser justificado, y sólo puede ser explicado como la reacción criminal y represiva de una élite autoritaria y decadente que pisotea cada día al socialismo hablando en su nombre, mientras prepara su propia conversión en una nueva burguesía. En la misma declaración en que impúdicamente lamentó la muerte de su víctima, el general/presidente Raúl Castro afirmó que estaba dispuesto a discutirlo todo con Estados Unidos. Yo diría que también a negociarlo todo, a excepción claro está, de los propios poderes del Clan Castro y sus apoyos militares. Y para llegar a esa meta (tan prosaicamente contrarrevolucionaria) ¿qué importa Orlando Zapata Tamayo?

Wednesday, February 17, 2010

La Reconciliación es Necesaria e Inevitable


Lorenzo Cañizares y Rolando Castañeda

Un par de semanas atrás los Van Van estuvieron en Miami. Su recibimiento por el exilio cubano no pudo haber sido mejor. Todos los cubanos sabemos que los Van Van vinieron a los Estados Unidos con el visto bueno del gobierno cubano. La música, como el ping-pong, son armas adecuadas para juntar a gente anteriormente distanciadas. También de gran significancia en esta experiencia fue el despliegue de hermandad que se llevó a cabo durante el concierto entre exilados y los músicos de Cuba. El tema de la noche “Todos los cubanos somos hermanos” fue puesto en práctica cuando músicos cubanos recién exilados, que no hace mucho atrás hubieran sido considerados traidores en Cuba, se subieron a la tarima a compartir con los Van Van. Lo más significativo de esta experiencia es que los miles de asistentes al concierto se empaparon de Cubanía.

Démosle crédito a quien crédito merece, Juanes nos ayudó a abrir la puerta con su Concierto por la Paz. El concierto aunque no necesariamente recibido con bombos y platillos por el gobierno cubano, hay que reconocer que sólo tuvo obstáculos realmente menores, y 1.2 millones de cubanos se reunieron en la Plaza de la Revolución, por varias horas para disfrutar mensajes de hermandad que venían desde el exilio cubano.

También hemos visto como en el ámbito político ya hay varios intentos de derribar las murallas que nos separan. La carta titulada “Personalidades del Mundo Académico y Cultural de Cuba Protestan por Restricciones Gubernamentales” la cual se puede leer en su totalidad con la lista completa de firmantes (más de 50 intelectuales formaron parte de su redacción) en el Blog Concordia, es una llamada desde el interior de la isla de simpatizantes del gobierno para lograr que se derriben las nefastas murallas. El llamamiento a un diálogo nacional por uno de los más reconocido opositores del gobierno cubano, Oswaldo Paya Sardinas, quien desde dentro de la isla le pide a todos los cubanos que pongamos a un lado nuestras diferencias para buscar un acuerdo nacional de cómo ayudar conjuntamente a la patria y superar nuestros problemas.

La Declaración Concordia firmada por 100 miembros del exilio cubano pide tomar medidas conjuntas para poder destrozar esas murallas que nos separan. También desde el exilio el antiguo preso político Ariel Hidalgo hizo un llamado hacia un Congreso Nacional Cubano, el cual ha sido apoyado por muchos otros cubanos del exilio, para así concebir un proyecto común de unificación y reconciliación nacional. Muchas otras organizaciones prominentes del exilio cubano han expresado su deseo de trabajar activamente por la reconciliación nacional.
Podemos estar en el comienzo de un nuevo gran capítulo en la historia de nuestra patria. Pero el comienzo tiene que ser cuidado con mucho esmero. Lo más importante es sentar una pauta que nos lleve a progresar en este laudable deseo. Todos lo queremos. La cuestión es cómo llevarlo a cabo.

Nosotros hemos señalado anteriormente que no llegaremos a nada si planteamos un cambio político radical. Desde el exilio, desde donde nosotros nos expresamos, tenemos que reconocer que el gobierno cubano ha hecho cosas positivas que deben mantenerse. También debemos reconocer que el gobierno cubano está legítimamente justificado en sentirse hostigado por la nación más poderosa del mundo manteniendo un embargo que todos los años es rechazado categóricamente en las Naciones Unidas. Si el exilio y la oposición quieren seriamente establecer confianza en este proceso tenemos que estar en la vanguardia de demandar que el gobierno de los Estados Unidos respete la soberanía de la nación cubana de escoger libremente el sistema gubernamental que así determine.

Por el otro lado, el gobierno cubano tiene que reconocer que no toda la oposición son agentes extranjeros que están sólo buscando la oportunidad de derrocar al gobierno sino que pretenden espacios de expresión, participación e inclusión ciudadana. Ya el gobierno cubano a través de su presidente Raúl Castro ha reconocido las muchas dificultades en la cual vive el pueblo cubano y que no se puede culpar al embargo de todos los problemas fundamentales del país. En Cuba, hay un sin número de prisioneros políticos pacíficos que se encuentran encarcelados sin haber realizado jamás un acto de violencia, estos prisioneros de conciencia necesitan estar libres para así establecer el ambiente propicio donde todos los cubanos estemos en unísono planeando colaborar el futuro de nuestra patria. Al mismo tiempo que acá en el exilio nos unamos con nuestros hermanos en pedir el levantamiento del embargo, que es considerado improductivo por el propio presidente Obama, y la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

El pueblo cubano clama por la unidad de su gente. La gran mayoría sólo ve un desarrollo positivo en reestablecer y estrechar los lazos comunes. El odio y el resentimiento que han marcado el comportamiento de muchos de ambos lados deben ser puestos en el basurero de la historia que es donde corresponden. La oportunidad está en nuestras manos, no la dejemos escapar.
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Lorenzo Cañizares es sindicalista cubano-americano. Especialista de Organización para la Pennsylvania State Education Association. Reside en Harrisburg, PA.
Rolando Castañeda es economista cubano-americano. Funcionario retirado del Banco Interamericano del Desarrollo. Reside en Washington, D.C.

Wednesday, February 10, 2010

Memoria al Rojo Vivo (III)

Ariel Hidalgo
Debido a un manuscrito crítico del centralismo de Estado predominante en el país, yo había sido encarcelado y condenado a 8 años de cárcel por “propaganda enemiga” bajo acusación de “revisionista de izquierda”. Luego había conocido en la prisión Combinado del Este a Ricardo Bofill, antiguo miembro del Partido Socialista Popular (PSP), condenado anteriormente en la famosa causa de la “microfracción”. Ahora, en octubre de 1983, en su tercera prisión por sus denuncias enviadas a la comunidad internacional, me había ofrecido sus recursos para sacar una información sobre el caso de un compañero incomunicado en las peores condiciones y habíamos firmado ambos con nuestros nombres verdaderos el documento que luego circularía en el exterior del país y que llevaba, como apéndice, la noticia de la existencia en Cuba del primer comité de derechos humanos.

Inmediatamente envió un mensaje a la prisión de Boniato a Elizardo Sánchez, y luego se comunicó con Gustavo Arcos Bergnes, asaltante del Cuartel Moncada, incomunicado en “Los Candados”, calabozos de los sótanos del edificio 3 donde estábamos recluidos. Gustavo era uno de los hombres más idealistas y puros de la historia insurreccional. Había quedado cojo por una bala en la columna durante el ataque al Moncada, fue fundador del Movimiento 26 de Julio en Las Villas y uno de los principales organizadores de la expedición del Granma, en la que no se le permitió embarcar por su defecto físico y quedó al frente del movimiento en México. Desde ese país enviaría cargamentos de armas a la Sierra Maestra. Tras la caída de la dictadura fungió como embajador de Cuba en Bélgica. Pero sus discrepancias con el nuevo modelo instaurado en Cuba lo llevaron por dos veces a prisión. En los años 90 hasta su muerte, se convertiría en la figura más emblemática del Movimiento de Derechos Humanos en Cuba.

En muy pocos días, un pequeño grupo de media docena de hombres constituiría el núcleo original de donde surgiría, con los años, el amplio diapasón de organizaciones del movimiento disidente integrado por miles de hombres y mujeres en todo el país. La represión no se hizo esperar. Bofill fue incomunicado casi inmediatamente y toda la guarnición militar en un operativo devastador en todo el piso 4, habitado por presos políticos, arrasó con bolígrafos, lápices, plumas, cuadernos, libros y hasta el más mínimo pedazo de papel, lo cual nos dejó arrinconados y reducidos casi a nada, entre la represión policiaca y una población penal que nos veía como causantes de su actual infortunio.

La versión gubernamental sobre los llamados disidentes, o como se diría luego en las calles, “la gente de los derechos humanos”, sería la de “elementos contrarrevolucionarios” alentados y pagados por el imperio para socavar los cimientos de la Revolución. Pero al menos puedo afirmar, categóricamente, que los que comenzamos en prisión ese movimiento, no sólo no recibíamos paga de nadie, sino que estábamos prácticamente desnudos y a merced de la represión de la policía política. Nada teníamos que ganar excepto la satisfacción de ayudar a quienes no tenían cómo defenderse de los atropellos, y nada que perder, excepto una celda de la que habríamos estado dichosos de no volver a ver jamás. Los propios agentes de Seguridad del Estado infiltrados en las filas disidentes saben muy bien que ese movimiento no puede ser juzgado en blanco y negro, que no es un bloque monolítico y que como en todas partes, hay todo tipo de personas con una gran variedad de posiciones ideológicas. Las motivaciones eran diversas. Una gran mayoría había apoyado en sus inicios el proceso revolucionario y muchos de ellos pensaban que los ideales democráticos y libertarios por los cuales se había luchado habían sido traicionados y se había impuesto, en su lugar, una nueva dictadura. Confundían el guión con la puesta en escena. Si la realización práctica había sido un desastre, entonces había un vicio de origen en la teoría, y no sólo Marx se equivocaba sino todos los teóricos socialistas. En consecuencia, habían dado el bandazo hacia el otro extremo. Se consideraban neoliberales y admiraban a la Thatcher y a Ronald Reagan. Unos pocos en cambio, creíamos que esa escenificación nada tenía que ver con el guión al que se atribuía sino a otro muy diferente. Las iniciales discusiones sostenidas entre Bofill y yo en la cárcel, serían el germen de la contradicción ideológica posterior del movimiento disidente.

Sin embargo, un movimiento de derechos humanos, por su naturaleza, no es de izquierda, ni de derecha, ni de centro, sino de arriba, esto es, está por encima de todo el esquema unidimensional de las referencias políticas. Lo que nos unía a todos era, justamente, el carácter universal del ideal de derechos humanos. Todos luchábamos por un estado de derecho, aunque algunos de nosotros queríamos ir más allá, hacia un estado de satisfacción plena de los derechos.

Después de un largo período de incomunicación, Bofill fue excarcelado, pero como no sabíamos si en realidad había salido directamente al extranjero, realizamos una votación entre los miembros del Comité en el Combinado, a la sazón doce miembros, y fui elegido como “presidente interino”. En realidad pronto supimos que estaba en su casa de Guanabacoa y no demoraría mucho en agrupar a algunos antiguos compañeros de Microfracción. Elizardo Sánchez, ya liberado, era parte de este grupo. En realidad quedarían creadas tres secciones del Comité: la que dirigía yo en prisión, limitada sólo al Combinado del Este, la que dirigía Bofill en las calles, limitada todavía a Ciudad Habana y otro grupo en el exterior del país, integrado fundamentalmente por mujeres, donde estaba mi hermana, dirigido por Hilda Felipe, ex miembro del PSP y esposa del líder comunista Arnaldo Escalona, también microfraccionario, quien años después moriría en Miami sin abjurar jamás de sus ideales de justicia social.

Inmediatamente comenzó a darse en prisión algo así como la maqueta o ensayo de lo que se produciría más tarde en todo el país. Siguiendo el ejemplo del Comité y bajo su influencia, comenzaron a constituirse distintos grupos según los diferentes intereses e inclinaciones: uno de escritores, Asociación Disidente de Artistas y Escritores de Cuba (ADAEC) que creó una revista mensual clandestina, El Disidente. Escrita a mano, se confeccionaban tres o cuatro ejemplares por número, circulaba de mano en mano y llegó a tener 64 páginas, un record en toda la historia del presidio político. La Junta de Autodefensa de Religiosos Perseguidos (JARPE), realizaba sus cultos diarios con gran número de prisioneros. Y finalmente un grupo de lucha cívica, la Liga Cívica Martiana, crearía la revista Aurora, con menos páginas que El Disidente, pero con mayor número de ejemplares circulando no sólo en la prisión, sino también en las calles y algunos, incluso, llegando al exterior del país. Decenas de presos se integraron a estas actividades de una u otra forma, pero yo era partidario de mantener al segmento del Comité de la prisión, como un núcleo selectivo y establecí como norma imponer a cualquier aspirante un período de prueba de seis meses. Como algunos fueron liberados, nunca pasaría de doce miembros efectivos.

Mi idea entonces era que si se creaban en todo el país grupos semejantes, podía llegar a darse un renacimiento de la sociedad civil cubana con una autorganización de la población para impulsar pacíficamente los cambios hacia una sociedad participativa y autogestora. Ya se sabe, por supuesto, al cabo de más de veinte años, que aunque luego las cosas tomaron un rumbo parecido, el resultado no sería el esperado, pero no porque la idea no fuera buena, sino por otras circunstancias que yo no había previsto entonces.

Adoptamos, igualmente, una nueva metodología. Cuando se presentaba alguna situación arbitraria que merecía ser denunciada, no la dábamos a conocer de inmediato al extranjero, sino que pedíamos hablar con las autoridades. Cuando un preso acudía a nosotros quejándose de algún abuso, les planteábamos el problema y ellos, para evitar que el hecho trascendiera, regularmente lo resolvían, por lo que ya no había necesidad de denunciarlo. Lo ideal era que se hubiera procedido siempre de esa forma y tengo entendido que por un tiempo así procedería luego Elizardo Sánchez. Incluso pensábamos que las autoridades, no sólo de la prisión sino incluso del país, debían agradecernos que realizáramos aquel trabajo de detectar y notificar todo lo que en el país estaba marchando mal y que indisponía a mucha gente. ¿Quién perjudicaba más a la dirigencia? ¿El que denunciaba el hecho o el que lo cometía? Sin embargo, había males que eran muy difíciles de corregir porque intentar hacerlo iba contra los intereses de una burocracia corrupta. Cuando las autoridades del penal vieron que íbamos adquiriendo gran influencia entre la población penal, cortaron la comunicación.

Por entonces se produjo una ruptura entre Bofill y Elizardo Sánchez, quien se separó y creó la Comisión de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. El hecho provocó escisiones tanto en la sección de La Habana como en la del exterior. Como los ánimos estaban caldeados, para evitar lo mismo con la sección del presidio, tuve que hacer una concesión. Algunos compañeros redactaron un texto de adhesión al grupo de Bofill donde se satanizaba a Sánchez como agente de Seguridad del Estado. Yo no estaba de acuerdo con esos términos pero quedé en minoría diez contra dos. Los que perdimos accedimos a firmarlo pero haciendo constar en documento aparte nuestro desacuerdo. El tiempo nos dio la razón, pues ninguna de las acusaciones pudieron probarse y finalmente la causa real de la ruptura había sido simplemente una discrepancia de métodos, la misma que me llevaría a separarme a mí mismo dos años después.

Durante los años 87 y 88 la actividad de derechos humanos había tomado tal fuerza que el caso se llevó a la Asamblea General de Naciones Unidas, numerosos periodistas y representantes de organizaciones internacionales de derechos humanos viajaban a Cuba para solicitar vernos. Algunos lograron entrevistarnos y se permitió entonces que Amnistía Internacional, la Cruz Roja Internacional y algunos miembros de Human Right Watch, visitaran algunas prisiones y entrevistaran a algunos de los miembros del Comité en el Combinado. Mi caso, en particular, suscitó el interés en muchos círculos de izquierda fuera del país. Algunos intelectuales como Noam Chomsky, Paul Sweezy y Margaret Randall, pidieron mi liberación, así como varios intelectuales y militantes de izquierda de América Latina.

Varias veces me habían sacado de mi celda para ser entrevistado por algunos de esos periodistas, pero en una de esas ocasiones me encontré con dos hombres que luego comprendí no venían con esa función sino simplemente a traerme un mensaje del entonces Ministro del Interior José Abrantes. El recado era escueto pero tajante: jamás se me daría la libertad a menos que decidiera salir del país. Lo tomé muy en serio, pues conocía varios casos de presos recondenados con nuevos encausamientos, algunos de los cuales habían muerto en prisión. Por eso, cuando fueron a comunicarme que estaba incluido en una lista de presos cuya liberación solicitaba el Cardenal O’Connor de Nueva York, acepté realizar todos los trámites migratorios. Para septiembre del 88 se esperaba la llegada a Cuba de una Comisión de Naciones Unidas que tenía prevista una visita al Combinado del Este. Un mes antes, en la tarde del 4 de agosto, fui sacado de una celda, vestido de civil y llevado en un jeepe hasta Río Cristal donde se realizaron los últimos trámites legales. Cuando en la medianoche salí de allí en un ómnibus hacia el aeropuerto de Rancho Boyeros, ya estaba legalmente fuera de Cuba.

Al año siguiente varios oficiales del Ministerio del Interior fueron condenados a prisión, entre ellos el propio Abrantes, quien no saldría jamás con vida de la cárcel.